11 mar 2014

La chica de los puños cerrados, diez años después

Hace diez años escribía esto. Es un texto melancólico, como todo lo que solía escribir años atrás, y excesivamente sentimental. Es un texto, no os voy a engañar, que no me gusta. La mujer a la que este texto iba dirigido dejó de ser parte de mi vida hace bastante tiempo, tras una serie de desencuentros que me dejó convertido en una especie de títere sin cuerdas o más bien en un gilipollas sin rumbo. A veces, cuando buceo en el pasado por razones diversas, me encuentro artefactos de esa relación en ruinas, testigos de una historia protagonizada por una persona extraña que me cuesta creer que realmente existiese. Sobra decir que esa persona extraña que encuentro en esos artefactos no es mi antigua pareja, soy yo. Por suerte, hoy en día hay otra persona a mi lado, alguien que me hace dudar de que siquiera ponerle a esa historia la etiqueta "relación" tenga algún mérito. Nunca viene mal algo de perspectiva...


Lo siento mucho, amor, pero hoy no me veo capaz de hablar de tí. Hoy es un día de dolor, de sangre y dolor. La noticia con la que muchos nos hemos levantado me ha revuelto el estómago y me ha hecho sentirme avergonzado una vez más de ser humano. Y es algo que cada vez me ocurre más a menudo.
Lo siento mucho, amor, pero hoy no creo que deba contar al público lo que ya saben sobre mí y sobre tí. Y aún así sé que no debemos centrarnos en la catástrofe. Para intentar no fijarnos sólo en todo lo malo que ha ocurrido en el día. Para sacar la cabeza, para seguir andando, para nadar contra corriente pase lo que pase, para reírnos del destino mientras tiramos copas de champán contra la pared, para bordar el sprint tras el sprint, para recordar que la felicidad nunca es algo unilateral, para cerrar los ojos y respirar... Ugh...
Hoy me siento mal...
Verás, te voy a ser sincero. Esta mañana, a eso de las once, yo estaba sentado en las escaleras traseras de la nueva escuela. Creo que no la has visto todavía, ¿verdad? Habíamos ido a hablar con la subidrectora sobre la revista y nos habíamos encontrado con que en su despacho sólo estaba la becaria chateando (esa becaria llamada Mimito, ¿recuerdas?). Así que J y yo estábamos sentados frente a la autopista, junto al parking, viendo pasar los minutos y acercarse la tarde, algo frustrados y sin ganas de irnos ya a casa. Todo estaba en calma. Los pájaros piaban, la brisa hacía olas en los campos de panizo, unos pocos camiones pasaban por la A2, el sol brillaba, una Coca-Cola Light caliente languidecía a mi lado, yo me sentía tan bohemio y atractivo como de costumbre, J se liaba tranquilamente un petardo mientras me contaba sus planes para el fin de semana, la rubia de rizos me sonreía al pasar frente a mí y yo mascullaba algún piropo por pura cortesía. El mundo era redondo, redondo y pulido.
Yo pensaba en ti mientras J desgranaba sus planes. Pensaba en tus enormes ojos embriagados, en tus frías y esquivas manos, en tu mohín de agobio cuando hablabas por teléfono con tu hermana, en tu suspiro tembloroso cuando te acariciaba la nuca con la yema del dedo índice, en tu voz titubeante cuando me susurrabas 'imbécil' con una sonrisa nerviosa, en tu divertida furia cuando me acusaste de haberte engañado respecto al autobús, en los esfuerzos que tuve que hacer para no morderte los labios en ese momento y en muchos otros... y yo estaba sonriendo. Sonreía, mi amor.
Y entonces ha salido por la puerta una chica, llorando, apretando los puños y los dientes, corriendo en dirección a un coche del parking. Sólo yo he visto sus lágrimas.
Me he levantado y me he fijado en toda la gente que había reunida allí, junto a las puertas abiertas del coche, escuchando la radio... y llorando, maldiciendo, murmurando. Quince personas, tal vez. J me ha comentado cómo se había enterado de la tragedia mientras escuchaba la radio viniendo hacia el barrio. Yo le he respondido que mi madre me lo había contado por teléfono unas horas antes y que había desayunado viendo las imágenes con cierto desapasionamiento. He recordado esa mañana tan lejana en la que el ruido de la explosion junto a la casa-cuartel de Zaragoza me despertó bruscamente de mi sueño. Y he dejado de sonreír.
La chica llorando me ha destrozado todo, mi amor. Durante unos segundos, cierto: no voy a decirte que me ha estropeado el día, pero me ha sacudido violentamente. He vuelto a ver el mundo redondo pero ya no pulido sino fragmentado, descascarillado y salpicado de ruinas.
No se puede sentir desapasionamiento ante algo así. Yo no puedo, ni quiero. Anoche me dijiste que no te creías lo de mi supuesta frialdad. Felicidades, cariño; tenías razón. Y eso significa que no renuncio ni a pulir el mundo ni a luchar por quienes quiero. Yo no voy a enfriarme, amor. ¿Y tú?
En efecto...
Al final he acabado hablando de tí...

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