7 may 2014

Adios a España

Cómo añoro a mi lejano país, pensé mientras los nudillos del segundo redneck se hundían de nuevo en mi páncreas y mis rodillas se estrellaban contra el fango. No recuerdo si había vomitado ya o si lo hice entonces, pero sí que recuerdo que pensé que en mi país este hombre iría desarmado y no estaría sacándose la pistola de detrás del pantalón. No, como mucho sería un desgarbado gitano de la Quinta Julieta y me estaría amenazando a mano desnuda. Dame las perras, me diría, y no que me va a volar la puta cabeza. Y no me habría sacado del coche tras reventar la ventanilla con una palanqueta sólo por haberle llamado hijo de puta, porque en mi país aún se puede ir andando a por el pan y no es necesario ir a cuatro ruedas hasta para mear. Y para qué me compré un híbrido, seguía pensando, si con un gasolina más barato me habrían acabado volando la cabeza igual. Ah, en España sí que sabemos matar, artesanalmente, como llevamos haciendo desde el medievo. No en vano no hemos dejado ni un animal que mate en toda la Península. Quizás el lobo y algún lince, pero en ello estamos. Y para las personas no necesitamos segundas enmiendas ni pena de muerte. Sabemos que lo que vale la pena se hace esperar y preferimos o que nuestros enemigos se nos mueran o darles empujoncitos para que prefieran morir. No como aquí, que aquí está todo prefabricado y envuelto para el consumo rápido. Es todo McMuerte y Kentucky Fried Winchester. Si venden pistolas durante los partidos de hockey, entre las palomitas, pecanas y los cañamones, ¿cómo van a entender la paciencia que requiere la buena matanza artística? Aquí no entienden que masacres como las de Puerto Hurraco son excepciones a la regla y que no deben ser consentidas: aquí están acostumbrados a que adrenalina y testosterona sean suficientes para mandar a alguien al otro barrio. Son gente extremadamente simple. Por ejemplo, no dicen ser socialistas para después comportarse como fascistas: simplemente son fascistas. Qué inocencia, por favor. Como niños, como decía mi abuelo todavía resentido por la paliza que le habían dado dos negros de la base americana después de que le escupiera cerveza a la cara a uno de ellos. Y como buenos nuevos ricos no comprenden la paciencia que viene con la madurez y lo quieren todo ya. Satisfacción instantánea. Eficiencia, qué horrible palabra. Aquí no se saltaron todos los grandes movimientos de la historia y los sustituyeron por imitación y envidia a partes iguales, no: aquí son muertos de hambre que prefieren trabajar como puercos y se enorgullecen de no ser más que esclavos. No quieren subirse al carro, prefieren tirar de él como buenos asnos. No han recibido las suficientes hostias. Ya les llegarán, ya. La pistola del primer redneck baila frente a mis ojos. Parece que duda. No quiere meterse en un lío por una tontería. Cree que con el susto que me ha dado ya es bastante. Le escupo a la cara, como mi abuelo. Como en España ni hablar, le grito entre lágrimas. Os trajimos la civilización cuando no érais más que monos. Entrecierra los ojos. Mejicano de mierda, es lo último que oigo.

Texto aparecido en el número 5 de Homo Velamine

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