18 ago 2015

Ladrones de Marte

Desde el origen de los tiempos hemos mirado hacia arriba, a las estrellas, con una mezcla de respeto y maravilla. En cuanto nuestra tecnología fue lo suficientemente avanzada como para permitirnos abandonar el suelo y surcar los aires, comenzamos a pensar en maneras de alcanzarlas y se comenzaron a dar los primeros pasos hacia ese futuro objetivo que años atrás solíamos llamar "la conquista del espacio". Durante los últimos días de la carrera espacial parecía como si, habiendo logrado el reto de pisar nuestra propia luna, el próximo gran paso de la humanidad fuese inevitable: mandar a una persona a nuestro vecino planetario más cercano, Marte. Cuando la Guerra Fría concluyó y el impulso político tras la carrera espacial se desvaneció como se desvanecieron otros atavismos de la era, todas las esperanzas que teníamos de pisar el planeta rojo dejaron el mundo de la realidad y se convirtieron en parte del mundo de los sueños. Desde entonces, la posibilidad de mandar alguna vez una misión a Marte ha seguido siendo una pregunta abierta y un escenario fantástico con el que parecíamos obsesionarnos una y otra vez en nuestras novelas, películas y videojuegos.Por tanto, cuando una misteriosa compañía holandesa privada llamada Mars One anunció en 2012 que había recibido más de doscientas mil peticiones de personas que deseaban unirse a su proyecto y convertirse en uno de los primeros seres humanos en ser enviados a Marte en l cerano 2025, los sueños de conquistar Marte de repente se volvieron cercanos de nuevo y durante un tiempo la opinión pública se enamoró del proyecto y de la promesa de llevar a la humanidad hasta el planeta de al lado. Pero quizás Mars One no vaya a ser capaz de cumplir esa promesa. Y quizás nunca haya tenido intención de hacerlo.

A primera vista, el proyecto de Mars One parecía claramente definido: tras un largo proceso de selección, los cuatro candidatos seleccionados pasarían un periodo de entrenamiento en la Tierra durante diez años y después serían enviados en un viaje de ida al planeta rojo para construir allí una colonia permanente. Ese morboso detalle fue dejado claro desde el principio, y los medios se encargaron de hacer especial hincapié en él: el viaje era únicamente de ida. Ninguno de los colonos volvería jamás a pisar la Tierra. Mars One publicó estimaciones de costes que eran miles de millones inferiores que ninguno de los proyectos de viaje tripulado que NASA había propuesto a lo largo de los años, planeando utilizar tecnología ya existente para así construir su programa espacial desde cero y subcontratando toda la construcción necesaria a la creciente industria aeroespacial privada. Según su plan, la mayor parte de los ingresos necesarios para su ambicioso proyecto iban a proceder de los derechos de emisión y del dinero recibido de los anunciantes en un reality show que iba a seguir la vida diaria de los cuatro últimos candidatos durante su larga misión de aprendizaje y que después continuaría emitiendo desde la colonia marciana, en directo y perpetuidad. Con este dinero, Mars One sería capaz de obtener la tecnología que para 2020 diversas compañías privadas como SpaceX habrían podido perfeccionar. La misión se encontraba abierta a todo el mundo, sin necesidad de cumplir ningún requisito aparte de encontrarse en un buen estado de salud física y mental.

Desde el momento de su primer anuncio, Mars One comenzó a recibir una variedad de críticas por parte de científicos e ingenieros, críticas que iban desde expertos que consideraban sus estimaciones de coste ridículamente bajas a otros que señalaban con curiosidad la aparente falta de cualquier tipo de estudio científico serio por su parte y la total dependencia de su proyecto en tecnología que aún se encontaba en desarrollo. Las primeras dudas formales sobre lo que Mars One estaba prometiendo fueron articuladas en un estudio publicado por el Massachussets Institute of Technology en 2014. Este ensayo, tras estudiar las estimaciones y la escasa información técnica colgada en el sitio web de la compañía Mars One, concluyó que la inmensa cantidad de repuestos necesarios para la colonia marciana tendría que ser más de la mitad de la masa llevada a Marte desde la Tierra, causando que los costes previstos se dispararan, y -más preocupantemente- predecía que, a no ser que se desarrollara tecnología radicalmente avanzada y explícitamente diseñada para lidiar con el problema, el oxígeno necesario para hacer crecer cultivos en la colonia marciana pronto crecería hasta niveles letales para los seres humanos. La conclusión final del estudio era completamente devastadora: una colonia marciana que siguiera los parámetros establecidos por Mars One dejaría de ser habitable 68 días tras la llegada al planeta. La vaga descripción del proceso de selección tampoco resultaba muy convincente: sin conocer las especificaciones técnicas de la nave que tendría que llevar a los cuatro candidatos a Marte y sin tener ninguna idea de la tecnología que la colonia tendría que utilizar, los expertos no veían manera de poder seleccionar y entrenar a la gente que se tendría que encargar tanto de mantener nave y colonia en marcha como de repararlas cuando algo inevitablemente fuera mal. ¿Cómo se puede hacer una selección de personal cuando ni siquiera se saben los trabajos necesarios?

A finales de 2014, un reportaje de investigación de la periodista australiana Elmo Keep, que se pasó más de un año investigando a la extremadamente opaca organización y entrevistando a uno de los candidatos, sacó todas estas dudas a la luz: su artículo no sólo muestra la absoluta falta de cualquier plan específico o de cualquier tipo investigación seria, sino que pinta al candidato entrevistado como a un individuo con un pasado de tendencias suicidas buscando algún tipo de sentido para seguir viviendo. Los problemas éticos asociados a la misión sólo de ida se convirtieron en el nuevo tema de conversación sobre Mars One: ¿era correcto que una compañía privada hiciese lo que NASA y las otras agencias espaciales jamas podrian hacer, es decir, mandar a gente desesperada a sus más que probables muertes por razones principalmente económicas?

El artículo de Elmo Keep pareció cambiar la opinión pública general, pero no todo el mundo ha hablado en contra del proyecto Mars One. Samantha Walters, ingeniera del Jet Propulsion Lab, piensa que incluso si el proyecto jamás se convierte en realidad NASA podría ciertamente aprender mucho de la manera en que Mars One ha logrado emocionar a la gente con la idea de una misión a Marte. El doctor Robert Zubrin, un antiguo ingeniero de Lockheed-Martin que siempre ha pintado un escenario muy optimista sobre la próxima colonización de Marte usando tecnología e infraestructuras existentes, aparece listado como uno de los múltiples asesores científicos al proyecto Mars One y, aún aceptando que el reto es considerable, opina que "si nadie lo intenta, nadie lo logrará". Pero estas voces optimistas parecen estar disminuyendo en número y fuerza de manera constante. Cada vez se alzan más voces contra Mars One, y las preocupaciones de los críticos parecen razonables. El cacareado número de doscientas mil solicitudes fue súbitamente revisado cuando la compañía actualizó su web y discretamente cambió este número a poco más de cuatro mil. La empresa no ha mostrado ninguna prueba de que tenga tan siquiera el dinero necesario para comenzar la primera fase del proyecto y aparentemente ninguna cadena de televisión ha mostrado ningún interés en su reality. Mars One no tiene en la actualidad ningún contrato con ningún proveedor aeroespacial privado y ni siquiera tiene planes para la instalación donde los candidatos se supone que tienen que pasar su largo periodo de entrenamiento. Y el famoso proceso de selección por ahora no parece incluir ningún tipo de valoración psicológica, consistiendo en un breve entrevista a través de Skype.

Todo apunta hacia que Mars One nunca se materialice. La fecha original de lanzamiento ha sido revisada ya dos veces, estando ahora en la década de 2040. La falta de cualquier tipo de información técnica a favor de la viabilidad del proyecto muestra que, por ahora, Mars One es poco más que humo. No hay nada material que nos haga pensar que dentro de treinta años una nave espacial con el logo de Mars One vaya a estar volando en dirección a Marte. La principal duda ahora es si simplemente se trata de una cruzada idealista poco factible, o de si se trata de una mera estafa. El doctor Joseph Roche, uno de los últimos candidatos, recientemente dio la primera perspectiva interna sobre Mars One, explicando que alguno de los otros candidatos había pagado para poder estar en la lista final y que a todos ellos se les sugería que "donaran" a Mars One cualquier dinero obtenido por apariciones en los medios. Considerando que la clase de dinero que Mars One necesita está en los miles de millones de dólares, este tipo de pequeña "donación" o de pequeño "incentivo" ciertamente más digno de un trilero que de un científico. Si Mars One resulta ser lo que realmente parece ser, un tocomocho a gran escala, el golpe recibido tanto por la incipiente industria espacial privada como por cualquier futura iniciativa podría ser devastador, y nuestros sueños de pisar Marte podrían volver de nuevo a la ficción.

El panorama ciertamente no parece bueno, pero aún quedan esperanzas de que la conquista de Marte, esa tarea pendiente de la carrera espacial, pueda ser llevada a cabo, aunque quizás no durante nuestras vidas y probablemente no a manos de la compañía Mars One. La doctora Ellen Stofan, científico jefe de NASA, tiene sus propias ideas sobre cómo conseguir la financiación necesaria para una misión de este calado: si el plan para poner un ser humano en Marte fuese en fases, en lugar de apostarse todo a una carta como propone Mars One, también el gasto sería escalonado, haciendo así mucho más simple que NASA pudiese ajustar sus presupuestos, especialmente una vez que la Estación Espacial Internacional sea terminada y el dinero utilizado anualmente en ella quede disponible para otras empresas. Quizás simplemente necesitamos reconocer que, aunque la idea de llegar a Marte sea emocionante, nos conviene más pacientes y hacer las cosas paso a paso y con cuidado. Y la próxima vez podemos evitarnos el disgusto de haber depositado todas nuestras esperanzas en un proyecto ostentoso que, a pesar de su arrogancia, no parece que jamás vaya a poder alzar el vuelo.


Para saber más:

  • Do, Sydney, et al. "An Independent Assessment of the Technical Feasibility of the Mars One Mission Plan." Dspace@MIT. Massachussets Institute of Technology, 3 Oct. 2014.
  • Keep, Elmo. “All Dressed Up for Mars and Nowhere to Go.” Matter. Medium.com, 10 Nov. 2014.
  • Keep, Elmo. “Mars One Insider Quits Dangerously Flawed Project.” Matter. Medium.com, 16 Mar. 2015.
  • Mars One. Mars One, 2015. Web
  • Tisdell, Dan. "Life on Mars." Flight International 185.5443 (2014): 20-26. Applied Science & Technology Full Text (H.W. Wilson).
  • Walters, Samantha. "Upside Of Mars One Venture." Aerospace America 53.6 (2015): 24-25. Applied Science & Technology Full Text (H.W. Wilson).
  • Zubrin, Robert. The Case for Mars. New York: Simon and Schuster, 2012.

Los Futuros en el Muro

Hay futuros tras las paredes de mi nuevo ático, como cortinas de seda de variados colores que se retuercen y entrecruzan mientras fluyen en direcciones imposibles. Los primeros días, cuando apenas podía escuchar el sordo murmullo de la entropía, pensé que se trataba sólo de ratas, pero tras la primera noche que pasé en vela comencé a intuir que se trataba de algo distinto que escapaba a mi entendimiento. Líneas temporales heptadimensionales, futuros que a veces son como prismas y a veces son viscosos, futuros que son venideros sólo porque yo los siento. Habitualmente sólo se me presentan cuando no puedo mirarlos, cuando mis ojos están cerrados o enfocados en lugares distintos, cuando he olvidado que existe nada aparte del presente. Otras veces deambulo por el pasillo con mis brazos abiertos, dejando que mis dedos rocen tan siquiera el sucio papel de las paredes y entonces puedo sentirlos, negándose el uno al otro cuando no sumándose o intersectándose. Vivo últimamente en un estado de constante fiebre, con todos mis quizás agazapados tras los ladrillos de mi casa de renta nueva, ignorándome pero haciéndose presentes. Veo catástrofes y pequeñas miserias, todas ellas con la misma claridad. Escucho el llanto del nacimiento de infinitos niños, fruto de las infinitas combinaciones de infinito esperma e infinitos óvulos. Por el rabillo del ojo veo las siete mil maneras en las que esta casa se desplaza hacia delante a través de la cuarta dimensión. En un futuro las paredes siguen en pie, testarudas resistentes a la erosión natural y a la dejadez humana. En otro, yo mismo las he tirado abajo, incapaz de soportar lo que ocultan. En un tercero, las paredes son cristal y datos fluyen por ellas en pequeños latidos de luz. Cuando me tumbo en mi cama es aún peor: porque entonces, por la pequeña grieta entre el mal colocado rodapié y el yeso de la pared, en lugar del aislamiento térmico puedo ver el fin del tiempo, el triunfo definitivo del desorden y el frío. Y entonces sí que tengo miedo. Pues si puedo verlo, asumo que en todo futuro sigo yo, eterno testigo del destino.

Texto aparecido en Homo Velamine nº7

16 oct 2014

Hacia Providence

¿Cómo me va a ayudar eso a encontrar a mi padre? La pregunta se quedó colgando en el aire. Kasey me miró brevemente. Me sentí absurdo. He quedado en la pista con un amigo de mi padre que trabaja en la granja, me dijo. Él conocía bien al comunista. El camión se detuvo de repente antes de que pudiera preguntarle qué quería decir con "el comunista" y sentí cómo el cinturón me aprisionaba el pecho. Hemos llegado, dijo ella mientras apagaba el motor, abría su portezuela y descendía de un salto en lo que a mí me pareció un único movimiento. Entre un inmenso campo de naranjos y lo que parecía ser una inmensa plantación de regadíos se extendía la famosa pista de aterrizaje, una franja de césped mucho más estrecha de lo que esperaba pero que se extendía hasta lo que a mí me parecía el horizonte. Junto a los restos de lo que asumí había sido la torre del agua había un Pontiac rojo aparcado, sus bajos teñidos de marrón por el barro y la capota bajada, todo un símbolo del Sur. Él era alto y llevaba una gorra con patrón de camuflaje, como solían hacer muchos cazadores. Le eché unos cincuenta años. Parecía amigable y pronto entendió lo que Kasey le preguntaba. El hijo del comunista. Vaya, vaya. Pues hace diez años que no sé nada de tu padre, chaval.

El comunista vino con la idea de las camionetas de comida. No sé qué tenéis los extranjeros, qué obsesión con las putas camionetas. Kasey soltó una carcajada. Mi padre dice que el de fuera desea nuestra mendicidad. No exageres. Mendicidad, Saul. Ya me dirás tú cuantos camioneteros conoces que coman caliente todos los días. Mujer, el vendedor de cocos de Lehigh no vive nada mal. Tiene incluso un refrigerador para poder vender cocos fríos. Sigue, que no tenemos todo el día. Él entornó los ojos y robó con un gesto veloz un cigarro del bolsillo de la camisa de Kasey. Serás cabrón. Pues yo al comunista no le volví a ver desde.. Una sonrisa apareció en su cara, muy a su pesar. Desde que volvimos de Providence. Sentí el silencio de Kasey a mis espaldas. ¿Providence? Sí, es un pueblo en... bueno, la verdad es que es mejor que no lo sepas.

Saul se sentó en la capota de su coche. Yo por aquel entonces trabajaba arreglando aires acondicionados al norte, cerca de Jacksonville, y le conocí por un amigo común. El comunista había venido con la idea de su Ford alquilada y de vender tacos de pueblo a pueblo. Necesitaba gente y joder, me cayó bien. No se qué diablos tenéis los españoles. Supongo que nos cuesta imaginar que nadie quiera venir aquí desde España e imaginamos que el que lo haga tiene que ser o un genio o un chiflado. Vamos, que me lió. Le compramos una camioneta de comidas a un cubano que conocía yo de la zona y decidimos montarnos nuestro pequeño negocio. Vamos... la compró tu padre, y no me preguntes de dónde sacó el dinero. Nos costó unas semanas ponernos en marcha y... bueno, en cualquier modo, acabamos en un pueblo en la costa sureste. ¿Cerca de Miami? Hmmm. Relativamente. No te quiero decir nada más. La idea original era ir hacia Tampa u Orlando, donde están los estudiantes, pero tu padre tenía la idea de probar primero por las explotaciones agrícolas vendiéndole comida a los trabajadores del campo.

El misterio comenzaba a irritarme, pero Saul seguía hablando. Providence era un pueblo de mar como otros tantos que habrás visto por aquí. Su pequeña playa, su acceso a la interestatal, sus casas separadas en mitad de la vegetación. Aparcamos la camioneta frente a una de las granjas que había a unas cinco millas del pueblo. Ya sabes, las granjas grandes... Los latifundios, apoyó Kasey. Eso, latifundios. Durante el primer día todo fue rodado. Le vendimos comida a un montón de eventuales. Pero el comunista se envalentonó y decidió esperar hasta que acabase el segundo turno. Tu padre, muchacho, cuando algo confirmaba su intuición se volvía tan arrogante que... Salió bien, ¿eh?. El cabrón tenía razón, pero cerramos la cocina a casi las siete de la tarde y decidimos acercarnos a Providence a buscar un lugar donde pasar la noche en lugar de volver a Jacksonville y pegarnos ocho horas en la carretera de noche y con amenaza de tormenta eléctrica. Además creo que tu padre quería seguir por aquí un tiempo antes de subir hasta Tampa. Siempre le gustó más el sur.

Saul tiró el cigarrillo al suelo y cruzó sus brazos. Su brazo izquierdo mostraba un tatuaje con el escudo de armas de los Marines y su lema en latín, Semper fidelis. Siempre fieles. Carraspeó y continuó. Pasamos la noche en un motel, aunque nos acostamos tarde viendo la televisión y bebiendo cerveza entre risas. Te digo que el comunista era gracioso, el cabrón. Tenía genio. Al día siguiente salimos a dar una vuelta y nos dimos cuenta de que había algo raro en el pueblo.  Nos llamó la atención que a pesar de estar en el condado que estábamos, casi toda la gente con la que nos cruzábamos era blanca como la leche. Tu padre bromeó que quizás nos encontráramos en una de esas comunidades completamente blancas que la gente del Klan intenta montar de cuando en cuando. La verdad es que todos nos miraban con bastante desconfianza, y ni tu padre ni yo podíamos pasar por cubanos así que lo del Klan no podía ser. Y chico, ya has visto a la gente por aquí: suele ser amigable. Asentí en silencio a pesar de que yo no lo veía tan claro, y Saul continuó sin interrupción. Entramos a un bar con la idea de comprar tabaco para el viaje y chico, cayó un silencio sepulcral. ¿Veías The A-Team en España? Asentí de nuevo. ¿Sabes los episodios en los que Hannibal y compañía entran en un bar y todo el mundo es hostil con ellos porque están a sueldo de, no sé, el sheriff corrupto o el terrateniente local? Saul soltó una carcajada y masculló: un aside, me acabo de dar cuenta de que va a resultar que The A-Team eran libertarios y todo. El puto Ron Paul con metralletas. Bueno, pues esa era la impresión que nos dio pero, no sé, menos hostil. Casi temerosa. Compramos tabaco y salimos de allí lo más deprisa que pudimos. Tu padre parecía irritado. Creo que se sentía muy orgulloso de su don de gentes y no le gustaba sentir que le hacían el vacío. Tampoco le gustaba sentir que se le escapaba algo. Entonces me dí cuenta de una cosa: no había ni una mujer en todo el pueblo. Se lo comenté a tu padre al subir a la camioneta. Él se quedó callado un par de segundos, arrancó y comenzó a dar vueltas por el pueblo. Joder, dijo en español, tienes razón, Saul. Son todo tíos. Todo rabos. Igual en lugar de ser la gente del Klan son los de la Liga Gay, le dije entre risas. Él no parecía conforme. Esto no se parece mucho a South Beach, la verdad, me respondió. Qué más da, le dije. Vámonos antes de que alguno de estos locos piense que le estamos echando el ojo a su casa y nos ametralle.

Otro cigarrillo voló del bolsillo de Kasey, que esta vez no dijo nada. Tras la primera calada, Saul dijo: ¿sabéis que legalmente cuando una persona ha sido condenada por abuso a menores y se muda a un lugar nuevo tiene que avisar a todos sus nuevos vecinos, uno por uno? Asentí débilmente. Lo he visto en las películas, pensé pero no dije por pura arrogancia, para evitar parecer un paleto. Saul sonrió. Nunca me había parado a pensar en lo duro que tiene que ser hacer eso. La verdad es que cuando pienso en pedófilos lo primero que se me ocurre es arrancarles los huevos y metérselos por el culo, no me suelo poner en su lugar, ¿hm? Pero, joder... no tiene que ser fácil. "Hola, me llamo Mickey, he violado tres niños y me mudo al final de la calle". Bueno, pues imaginad quién vivía en Providence. Me quedé callado. Kasey respondió: ¿pederastas? Saul asintió. Todos ellos. Un pueblo de jodidos violadores de niños que se habían juntado para que nadie les juzgase. Joder, dijo Kasey tras soltar un largo silbido. Saul se volvió a reír. De eso me enteré a los meses, ¿eh? Seguíamos convencidos de que era algún tipo de comuna o yo qué sé, por aquí hay mucho Jesus freak al que se le va la cabeza. Pero no: putos pederastas. No volvimos a Providence, por supuesto. Al volver a Jacksonville estuve trabajando con tu padre un par de días pero un conocido mío me ofreció un trabajo de jefe de mantenimiento en una fábrica grande, así que me despedí. Lo último que supe de él es que seguía pensando en subir a Tampa. Con su jodida camioneta.

16 sept 2014

Broto-Sorolla

Enrique Broto, director general y adúltero profesional, se ajusta el nudo de la corbata.

- Por favor, que no vean a mamá así.

Angustias Sorolla da tres palmadas y se acurruca un poco mejor en lo alto del armario. Su hijo la mira con los mismos ojos muertos con los que mira a sus trabajadores cuando estos se quejan o a su mujer, en general. Su voz se vuelve más insistente:

- González, por favor, ve a buscar a alguien y venid a ayudarme.

Juan González, calderero, oficial de tercera, reacciona por fin, asiente torpemente y sale de la oficina cargando a sus espaldas una mezcla de alivio por haber escapado y terror por tener que volver. Enrique Broto suspira:

- Mamá, hoy vienen a hacerme la entrevista.

- No me llames mamá. Soy la Virgen del Pilar. Llama a Cándido, dile que traiga flores.

Cándido Broto, jefe de personal y alcohólico habitual, en estos momentos ni siquiera se encuentra en la ciudad.

- Mamá, Cándido está en Alicante. Lo sabes perfectamente. No sé por qué...

Doña Angustias comienza a cantar. Una jota que por supuesto habla del Ebro y del Pilar y que la buena mujer convierte en un espiritual por vía de un exorcismo. González por fin llega con otros cinco empleados, todos ellos con su vista clavada en lo alto del armario.

- ¡Moricos, Enrique! ¡Moricos! ¡Han venido los moricos!

Juan González, calderero, de expresión indiferente, formula la pregunta:

- ¿Cómo vamos a bajar a Doña Angustias del armario antes de que vengan los de Telecinco?

- ¡A mí no me bajáis del Pilar, moricos! ¡Hijos de puta!

Enrique Broto, director general y acosador sexual en serie, se mesa su perilla plateada, que se dejó por consejo de Svetlana y dice:

- Ve a buscar al resto del turno. Vamos a arrastrar el armario hasta el cuarto de reuniones.

- ¿Pero como...?

- ¡Tirando de la alfombra, cojones!

Enrique Broto ha rugido, y cuando Enrique Broto ruge por lo menos una familia no tiene regalos en Navidad. Intentando no ser tocados por el dedo de ese destino, los seis trabajadores salen de la oficina al trote gorrinero. Enrique Broto, director general y conductor ocasional de Mercedes, intenta recuperar la compostura y mira a su madre, que en esos momentos está intentando convertir su chaqueta de entretiempo en manto virginal.

- No sé cómo me puedes hacer esto, mamá.

- ¡Eres un putero, Enrique! ¡Y la Virgen del Pilar lo sabe!

Diez, quince, veinte trabajadores se encuentran en la oficina. Sus mal disimuladas miradas divertidas suman entre todas una carcajada y Enrique Broto, director general y muy conocido por su falta de empatía, se siente hoy especialmente empático.

- A ver, si tiramos todos a la vez... Alguien tiene que empujar...

- ¡Enrique, que me llevan de procesión!

- Soriano, ponte tú delante...

- Doña Angustias, agarresé, por favor, que no...

- ¡Mira, Enrique!

Doña Angustias Sorolla, reina madre y Virgen del Pilar, da palmadas de manera sorprendentemente regular mientras diez, quince, veinte trabajadores arrastran su armario hasta el cuarto de reuniones, centímetro a centímetro. El teléfono de Enrique Broto suena en ese momento. El tono del móvil es la canción de Bob Esponja. Sí, capitán.

- Ahora no, Cándido.

- ¡Vaya tetas tiene la arquitecta de Alicante, Enrique!

- Van a venir a entrevistarme por lo del casino. No es el momento.

- ¡Y vaya falda lleva! Seguro que es un putón. Tiene unos labios que han tenido que chupar más pollas que tú regaliz, Enrique.

La frecuencia de las palmadas de Doña Angustias Sorolla aumenta.

- ¡Viva la Virgen del Pilar!

De entre los diez, quince, veinte trabajadores surge una voz anónima.

- Viva...

16 jun 2014

Abuelo Ramón

Si había algo que todos sabíamos sobre el abuelo Ramón era que había leído y viajado mucho. Las estanterías de libros que tenía en el caserón del pueblo siempre me parecían infinitas, me parecía imposible que nadie se hubiese leído tantos libros en una sola vida, pero cuando le preguntaba, abuelo, ¿tú has leído todo esto?, el abuelo me respondía asintiendo en silencio sin mirarme. Era la fama de trotamundos, sin embargo, lo que mejor parecía definir al abuelo Ramón. Cuando yo era niño ya sabía que el abuelo siempre deambulaba de esquina a esquina de la Península Ibérica y que siempre que volvía contaba lo que había descubierto durante sus aventuras. El marisco en ese pequeño restaurante de San Sebastián. Espectacular, aunque tienes que conducir por una carretera hasta lo alto de unos riscos y da algo de repelús. Las tapas en Almería son increíbles. Te tomas tres cervezas y ya no tienes que comer. Zamora es preciosa. No te creas lo que pone en las guías de viaje. Mi padre solía contar que cuando era joven el abuelo Ramón había viajado por todo el mundo, o por lo menos por todo el mundo que había podido viajar. Con la única intención de aprender y de ensanchar sus horizontes, solía añadir con un deje de orgullo mientras me hacía sentir provinciano a mis doce años de edad. El abuelo había estado en Calcuta trabajando en una empresa textil. Durante los setenta estuvo un tiempo en Estambul gracias a un amigo cónsul trabajando como guía turístico para europeos. Conocía Marruecos y Argelia como la palma de su mano. Incluso más adelante, ya en los ochenta, se jactaba de los amigos que tenía en Cuba y de compañeros de la Unión Soviética que siempre tenían las puertas abiertas para él. Toda mi vida admiré al abuelo por su amplitud de miras, por su tolerancia, por su dedicación a adoptar las costumbres del lugar donde estaba. Por su eterna búsqueda de la iluminación, en el fondo. Toda mi vida, hasta la Nochebuena en la que mientras la familia discutía en la cocina sobre un plato de gambas me senté a su lado en el sofá y le dije lo mucho que su ejemplo había significado para mí. El abuelo, que para entonces ya no era más que una sombra de lo que había sido y que sospecho esperaba a la muerte con cierta impaciencia, me miró con ojos sorprendentemente crueles y me dijo: no sé de qué hostias hablas. De tus viajes, abuelo. De la gente a la que has conocido. Sonrió con desgana y me respondió: ¿te crees que me importan una mierda las personas que he conocido? La única razón por la que he viajado de lado a lado ha sido por aprender de ellos. Por robarles sus secretos, sus trucos, cualquier manera superior que tuviesen de ver el mundo. Por ver paisajes que me gustaran a mí, que me causaran placer. Fui a la India por lo mismo que fueron los ingleses: a rapiñar, a expoliar. A robar, coño. A mí me da absolutamente igual que creas que las vacas del Ganges o las llamas del altiplano o lo que sea son dioses. A mí me interesa aprender nuevas recetas para comer mejor. Y el que te diga lo contrario miente.

Y así el abuelo Ramón fue mi primer contacto con el intelectual como egoísta supremo.

11 jun 2014

Nadando entre ánimas

"No, no amamos a nadie. Nos gusta creer que lo hacemos porque creemos que el mundo es así. Creemos que hasta el más vil genocida es capaz de amar a la persona adecuada, pero no: en realidad nadie quiere a nadie. Queremos a nuestra idea de la gente, a nuestra concepción del otro, a nuestra intuición sobre cómo son los demás, a nuestro imperfecto boceto de ellos. No podemos amar a las personas porque las personas son demasiado complejas, porque jamás llegamos a conocerlas por completo. Nos engañamos pensando que lo hacemos pero en realidad amamos a una diminuta parte de ellas, a sus ánimas, a la parte de ellas que hemos construido y absorbido y que ahora está dentro de nosotros.


"Besamos a fantasmas, bailamos con fantasmas, le sonreímos a fantasmas, intentamos reconocer los suspiros de fantasmas entre los de otros fantasmas, mordemos el cuello de fantasmas, lloramos en el hombro de fantasmas, lamemos el sudor de fantasmas, acariciamos el pubis de fantasmas, buscamos inconscientemente agarrar la mano de fantasmas, le abrimos nuestro corazón a fantasmas.

"Nadamos entre espectros, día tras día, noche tras noche, durante la única vida que se nos ha dado.

Versión actualizada de un texto de mi antiguo blog

12 may 2014

Duerme Yahveh

Era una tarde caliente y espesa. No recuerdo si había viajado a Madrid sólo por verte o si nos habíamos visto porque yo estaba en Madrid: el paso de los años ha acabado mezclando causa con efecto y ahora lo único que recuerdo con claridad es esa fatídica tarde. Recuerdo que habíamos visitado el Templo de Debod, traído desde Egipto piedra a piedra para salvarlo de una inundación, y después ido a escuchar música a alguno de esos garitos gafapasteros que tanto te gustaban, mi vieja amiga, aunque bien pudiera ser que todo esto me lo esté inventando ahora a base de recordar lo recordado. De lo que estoy completamente seguro es de lo que pasó aquella tarde.

Estábamos tumbados en una isleta de césped cerca de la Castellana, tomando el sol sin decirnos nada, con nuestras gafas de sol de cristales redondos ocultando nuestros ojos de las miradas de los curiosos. La tarde era perfecta y perezosa, y con la mente empujábamos el sol hacia atrás para evitar que llegara la noche. Tendríamos que haber entendido que el silencio no presagiaba nada bueno.

Entonces lo oímos. Era como siempre había imaginado el sonido de la marabunta, como un crepitar de llamas, un murmullo átono que se estaba acercando rápidamente a nosotros. Me levanté las gafas levemente y me incorporé. Un río blanco se había abierto paso por la calle y al encontrarse con nuestra isla de paz se había separado en dos y seguido avanzando. Estábamos rodeados, encallados ahora en una auténtica isla, separados del resto de la ciudad por una pálida masa informe. Por fin distinguimos canciones entre el susurro, cánticos arcaicos e irracionales que no nos llenaban de terror porque estaban entonados en español y no en cualquier otra lengua muerta. Aún así nos levantamos como si nos estuviésemos quemando, sin tener ni idea de lo cerca que estábamos de la verdad. Agarré tu mano aterrorizado, buscando refugio en ti y olvidando todos los patrones sociales de masculinidad, pues por fin había comprendido que la marea no era agua sino personas, o al menos simulacros de personas, inmensas amebas vestidas con la piel de los seres humanos que habían fagocitado. Un rebaño humanoide sujetando con un número impar de manos lo que parecían ser decenas de pancartas fotocopiadas, una masa de gente que se movía con la torpeza de quien nunca ha tenido que salir a la calle para quejarse de nada pues siempre han encajado perfectamente en la Máquina. Hijos modélicos del primer mundo, especímenes del terror engendrados en el seno de vidas tranquilas y alimentaciones equilibradas. Familias con decenas de hijos idénticos, niños arios de sonrisas congeladas y mirada de marinerito que sólo con vivir ya estaban enviando a la muerte a decenas de personas en África. Seres infectos cuya sola existencia estaba destruyendo el mundo, que no tenían que hacer nada más que respirar para matar. Miles de muñecas rusas vomitadas por abyectas vaginas, que seguramente habían sido santificadas por el Sumo Sacerdote y que ya contenían en su interior la promesa de otra generación idéntica a la actual. Defensores de lo Normal, se llamaban; cruzados en busca de un Jerusalén que jamás había existido, mancillando la calle con sus pisadas y gritando orgullosos con lenguas envenenadas que nuestro Creador no nos había creado iguales y que así estaba bien. Entendí que esa maligna sinergia entre el culto a la fecundidad y la llamada a la homogeneización solo podía proceder de alguna abominación maltusiana más antigua que nuestra civilización, de un aberrante monstruo de naturaleza ajena al hombre cuyo nombre sólo se susurrara en oscuras sacristías donde el único otro sonido permitido fuese la rítmica palmada humeda de testículo contra nalga.

Me sentí marear. Tú observabas la calle en silencio, sin quitarte tus gafas de sol, impasible como una estatua. Una mueca que intentaba ser sonrisa adornaba tu cara. Quizás habías asumido lo inevitable o quizás ya habías visto cómo nuestra isla comenzaba a hacerse cada vez más pequeña. El rebaño humano nos había visto, había olido mi miedo, había escuchado mi respiración entrecortada, y había actuado enviando sus seudópodos hacia nosotros. Sentí ganas de vomitar, senti la piel de mi escroto tensarse y comencé a ver borroso entre mis lágrimas. Vi miles de niños rubios de bocas entreabiertas, muñequitos idénticos como idénticas gotas de sangre que desfilaban coreando nombres que herían mis oídos, trepando por nuestras piernas con sus manitas de cerdo, arañando nuestra ropa con sus impolutas uñas, penetrando por todos nuestros orificios corporales mientras gorgoteaban con alegría. Chillando como murciélagos mientras sus obesos padres sonreían con superioridad al vislumbrar nuestro cercano fin, ella relamiéndose con dos lenguas bífidas al ventear nuestra muerte y él frotándose su mal disimulada erección mientras sus dedos engarfiados retorcían el asta de la bandera nacional. Abrí la boca. "El enemigo existe, el enemigo está aquí, el enemigo está vivo y está matando. Nos está matando a nosotros. Nos va a matar a todos." Quería chillar pero las pequeñas comadrejas rubias ya me habían desgarrado las cuerdas vocales y estaban avanzando por mi caja torácica. “Tu Dolor es mi Maná”, bramaba la turba. Absurdamente pensé en el Templo de Debod, y entendí que es lo que me estaba pasando: me estaban descomponiendo pieza a pieza, y después me reconstruirían en la oscura Ciudad Profunda, viejo pero nuevo, para hacerme uno con el Nuevo Viejo Mundo. Para salvarme, elevarme y por fin sentarme a la diestra del Sin Nombre, el que duerme a la espera.

Texto aparecido en el número 2 de Homo Velamine